miércoles, 14 de septiembre de 2011

Sistemas constructivos y materiales

Todas las construcciones mayas se basan en la choza ancestral, con paredes de caña y adobe, cubierta por una techumbre de hojas de palma colocadas sobre un armazón de madera. La vivienda vernácula —perfectamente adaptada al clima tropical— se compone, en cada familia, de una o dos chozas casi siempre paralelas. Cada cabaña tiene un único espacio interno, en el que la luz entra por una puerta cuadrada, abierta sobre uno de los lados largos de la construcción. Esta puerta a veces se complementa con otra en el lado opuesto para que circule mejor el aire.

La planta es rectangular u ovalada, en cuyo caso los lados cortos de la choza son redondos, lo cual hace que las dos extremidades de la cubierta tengan forma cónica. Esta choza tradicional —que aún hoy se puede observar en las aldeas de Yucatán— se remonta al hábitat milenario de la época precolombina. No ha cambiado nada desde los albores de la sociedad maya, hace tres mil años.

Pero el interés de esta construcción, hecha con materiales perecederos, reside en el hecho de que constituye para los mayas el arquetipo de toda obra arquitectónica. En este sentido, ha ejercido una influencia considerable sobre la arquitectura pétrea, tanto por sus formas externas (con cubierta a dos aguas) como por su espacio interno. El estudio de los edificios antiguos demuestra que las construcciones de fábrica en el fondo no son más que una transposición, una «reconstrucción en piedra» de la primitiva cabaña. Ésta es la que inspira el aspecto interno de los palacios o de los templos que rematan las pirámides.

Es su estructura de cañas en celosía lo que se encuentra en la fachada de las viviendas. Son esas ataduras hechas con cuerdas, o incluso con lianas, sobre almohadillados de paja, que rodeaban la cabaña, las que presiden el modelado de las cornisas y jalonan los grandes frisos ornamentales de los edificios. Es la puerta cuadrada con dinteles de madera la que se abre, inalterada, en la entrada de la «recámara» de los palacios y de los templos, etc.

Así como la familia maya construye, en terreno llano, un basamento de tierra para preservar su casa de las inundaciones, frecuentes durante la estación de las lluvias, del mismo modo las construcciones de piedra se elevan por encima de unas plataformas que son cada vez más altas. Éstas, por otro lado, van aumentando a medida que reciben ampliaciones. Esta hipertrofia de los basamentos, que hacen de terraplén, alcanza dimensiones colosales en la época clásica. Pero, sea cual fuere su importancia, siempre se basa en el pequeño montículo de tierra sobre el que se levantaba la choza.

Cuando las tribus primitivas —en el período arcaico o formativo, entre 2.000 y 1.000 antes de nuestra era— construyeron los primeros conjuntos religiosos, consagrados a sus divinidades cósmicas, concibieron la morada de sus dioses del mismo modo que la choza: paredes de caña y adobe, techumbre de hojas de palma. Pero estos primeros templos se distinguen de las viviendas por la altura de las plataformas sobre las que se levantan. Estas terrazas, hechas de materiales que se habían ido acumulando a lo largo de los siglos, constituyen la base de los templos. Ensanchándolas y elevándolas, los mayas edifican inmensos pedestales de forma piramidal que soportan la casa del dios.

La costumbre de añadir nuevas plataformas por encima de las antiguas, para colocar cada vez más arriba la cella del culto, tiene dos consecuencias: obliga a los constructores a hacer, en la fachada del edificio, una escalinata axial que une el suelo con el nivel del santuario; pero también consagra un principio fundamental de la arquitectura precolombina, es decir, la llamada ley de las superposiciones.

Este principio —según el cual hay que reedificar un lugar de culto siempre en el mismo emplazamiento, y erigir sobre una pirámide antigua una construcción nueva, más importante— es una constante. Eso explica, sin duda, las dimensiones que alcanzan las pirámides mayas, que pueden llegar a tener 70 m, como para dominar mejor la selva. La superposición constituye así un sistema de crecimiento arquitectónico propio de los precolombinos.

Ni la madera ni la piedra faltan nunca en las zonas ocupadas por los mayas. La gran selva pluvial proporciona la caoba y el zapote, empleadas para fabricar los dinteles de las puertas y las esculturas que revisten el interior de los templos construidos en lo alto de las pirámides.

Respecto a la piedra, las estructuras cársticas de Yucatán ofrecen una hermosa caliza, blanca, rosa o gris, muy apropiada para el trabajo de tallado y escultura. En las regiones que tienen relieve montañoso y volcánico, se recurre a la traquita, al basalto o a la toba para levantar muros con un aparejo uniforme.

Pero antes de edificar las construcciones, hay que hacer sus basamentos. Hay plataformas que miden 150-200 m de largo, por 100-150 m de ancho y 8-10 m de alto, lo cual representa un volumen de 200.000-250.000 m3. Una masa tan grande de materiales se acerca al medio millón de toneladas.

Sin embargo, los mayas fueron capaces de transportar volúmenes de material tan considerables como éste para construir terrazas y acrópolis, como ocurre en Copán. Para llevar a cabo estas gigantescas obras de terraplenado se necesitaron centenares, incluso miles, de obreros. Los materiales eran transportados a hombros, para lo cual se utilizaban cuadrillas de peones durante la estación seca, cuando no eran necesarias en la agricultura. Aunque los materiales se encontraban en el emplazamiento, las obras exigían una importante infraestructura, tanto para la alimentación como para la organización del trabajo.

Respecto a la mampostería propiamente dicha, el problema era más complejo: al principio, los canteros mayas hacían muros de piedra tallada y con verdaderas bóvedas abocinadas de piedra. Posteriormente, cuando empezó a imponerse el hormigón, las cubiertas se concibieron como estructuras «monolíticas» hechas vertiendo el hormigón sobre unos paramentos de bloques bien tallados que formaban un encofrado fijo. En efecto, la genialidad de los mayas consistió en concebir un sistema gracias al cual los bloques de revestimiento, cuidadosamente aparejados en seco, podían contener hormigón líquido mezclado con piedras: por tanto, no era necesario ningún encofrado de madera. Vertido en tongadas sucesivas, a medida que se levantaba el muro, se iba endureciendo, constituyendo una especie de estratos superpuestos.

El arte de la construcción incluía, además, un vasto repertorio de bajorrelieves, esculturas y pinturas. Estas creaciones, que adornan los edificios, convierten la arquitectura maya en uno de los «documentos» más importantes de aquella civilización, de la que nos han llegado escasísimos testimonios escritos. Por eso, los monumentos juegan un papel tan importante a la hora de comprender la mentalidad de un pueblo, cuyas realizaciones nos siguen sorprendiendo.

Habría que mencionar también las técnicas de transporte de los monolitos destinados a la construcción de estelas esculpidas. Estos bloques pueden llegar a tener un tamaño impresionante y pesar varias decenas de toneladas. El desplazamiento se llevaba a cabo, como en el Egipto faraónico, con la ayuda de cuerdas y de rodillos o trineos, que cuadrillas de peones hacían deslizarse por un camino arcilloso.

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