La arquitectura maya es un perfecto ejemplo de lo que debe ser la vivienda vernácula, respondiendo a todas las necesidades de los habitantes, adaptándose a las condiciones ambientales que les impone la región y aprovechando los recursos que poseen.
La arquitectura maya afirmaba tanto la diversidad de las formas como la continuidad de los temas: todas las ciudades poseían templos piramidales, palacios de salas múltiples y juegos de pelota. Los edificios se alzaban sobre basamentos artificiales jalonados por estelas o altares. Estos conjuntos —casi siempre con función de centros ceremoniales— estaban regidos por las reglas de una liturgia refinada. Pero todo esto no era más que el sólido esqueleto de la sociedad maya, ya que la vivienda propiamente dicha, en la que habitaba todo el pueblo —excepto las elites— seguía siendo la tradicional choza de adobe y hojas de palma.